domingo, 17 de octubre de 2010

FENOMENOS PARANORMALES Palacio de Linares España

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La leyenda y las voces fantasmales encuentran en el palacio de Linares un escenario de excepción que viene acompañado de una turbulenta historia de amores incestuosos atribuida a los personajes que la habitaron. El paso del tiempo ha convertido lo que otrora fuera una de las más ricas y esplendores casas de Madrid en un lugar tétrico donde los bronces y mármoles, maderas nobles y espejos, adornados con bellos artesonados y frescos, van evidenciando cada vez más el deterioro y la suciedad. Los años han convertido el palacio en uno de los lugares más propicios para asomarse al abismo de lo oculto, de lo inexplicable, de lo paranormal.
El primer marqués de Linares, José de Murga, adquirió en 1872 diversos solares que eran propiedad del Ayuntamiento de Madrid para construir sobre una superficie total de tres mil sesenta y cuatro metros cuadrados lo que más tarde sería conocido como el palacio de Linares. El primer plano del edificio data de 1872, pero hasta el 1900 no se inaugura; es entonces cuando cobra mayor intensidad la triste leyenda de sus primeros moradores.

La turbulenta leyenda de un amor imposible que acompaña desde siempre a los primeros habitantes que hace un siglo residieron entre los muros del palacio, se une a la sorprendente serie de sucesos inexplicables que un grupo de investigadores aseguró haber vivido en el interior del palacio.

Las voces fantasmagóricas comenzaron a escucharse mientras un grupo de estudiosos buceaban en la historia de los antiguos propietarios del palacio, sobre los que desde antiguo había recaído la sombra de un pasado incestuoso.

Según cuenta la leyenda maldita que tiene su origen entre la aristocracia madrileña del siglo pasado, el marqués José de Murga y Reolid Michelena y Gómez, nacido en Madrid, el 13 de febrero de 1833, se había casado sin saberlo con su propia hermana, Raimunda Osorio y Ortega. Raimunda era la hija de una cigarrera hacia la que había sentido una especial atracción el padre del Marqués, un riquísimo financiero de la época que amasó una inmensa fortuna en Cuba.

El padre del Marqués, un hombre de talante liberal, había inculcado a su hijo un sentido práctico de la vida. Al parecer, el rechazo que el acaudalado industrial, Mateo de Murga Michelena, sentía por las bodas de conveniencia tantas veces celebradas para mantener y engrandecer las grandes fortunas de la época, propició que el joven José de Murga conociera a la que sería su esposa en un ambiente poco cercano a los más propios de su condición social. Así fue como el que fuera primer marqués de Linares entablaría relaciones (según la leyenda popular) con Raimunda, la hija de una cigarrera que trabajaba en la fábrica de Tabacos de Madrid.

Cuando el padre del protagonista de esta turbulenta historia supo de las relaciones sentimentales que su hijo mantenía con la mujer que era fruto de los tempestuosos amores que mantuvo hacia 1830 con la cigarrera, envió repentinamente a su heredero a estudiar a Londres con el objeto de que el joven Murga olvidara aquel amor que sin saberlo se encarnaba en la persona de su propia hermana.

Al cabo de un tiempo, José de Murga regresó de Londres y llevó a cabo su firme propósito de contraer matrimonio con su enamorada Raimunda. Ya había fallecido su padre y el matrimonio se celebró (dice la leyenda) sin que los cónyuges supieran su relación de parentesco, aunque algunos investigadores aseguran que ambos conocían el secreto que el padre del Marqués al morir se llevó consigo a su tumba, según mantienen otros estudiosos.

Sea como fuere, la historia popular sitúa al primer Marques de Linares y primer vizconde de Llantero (títulos que le concede el rey Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873, por los actos benéficos que había ejercido) felizmente casado frente a su escritorio cuando tuvo conocimiento de la estremecedora verdad relacionada a su unión matrimonial. Se dice que José de Murga, además de noble, senador del Reino por la provincia de Segovia y poseedor de una inmensa fortuna heredada de su padre y hermanos, encontró una carta que su padre en vida no llegó a enviarle en la que relataba la incestuosa relación de consanguinidad con su esposa.

Tras conocer con estupefacción su escandalosa situación, los cónyuges a los que supuestamente el papa León XIII les concedió una bula de casti connubi permitiéndoles así convivir bajo el mismo techo en castidad, vivieron con amargura hasta el final de sus días. Hay quienes aseguran que el Marqués al conocer la noticia se suicidó, que sus restos reposan en el jardín del palacio y que desde entonces su espectro fantasmal deambula por las galerías del lúgrube caserón. También la historia popular habla de emparedamientos y desapariciones misteriosas.

La leyenda dio comienzo cuando el 21 de octubre de 1872, el primer marqués de Linares, a la edad de 39 años (una edad muy madura para su tiempo), contrajo matrimonio con Raimunda Osorio y Ortega. Treinta años después, los esposos, que declararon en su testamento no tener hijos ni probabilidad de tenerlos en lo sucesivo, fallecen. Con la desaparición del Marqués, que sobrevive seis meses a su esposa, se abre un auténtico misterio en torno al destino de la incalculable herencia que había dejado.

Es entonces cuando nace una leyenda más, la de una hija no deseada y, que en sus días, pudo escucharse las voces de ultratumba de los Marqueses, vagando como almas en pena en búsqueda de su hija. Unos lamentos que pueden dar pie a creer que algo muy desagradable tuvo lugar entre los muros de la suntuosa vivienda.

En el interior del palacio de Linares se grabaron numerosas psicofonías. Entre otras se puede escuchar la palabra Ricardo y las frases: Yo tuve una hija>>. <
Una vez casados los marqueses de Linares, supieron que eran hermanos naturales; pero ya era tarde. Anteriormente, y fruto del amor que se profesaban, concibieron una niña, a la que la ilustre familia decidió apartar de su entorno para salvaguardar el buen nombre de la casa.

Entonces, la madre de la pequeña, Raimunda Osorio (según esta nueva versión) aceptaría llena de amargura que su propia hija fuera llevada a un hospicio de Madrid y que sus vidas se separaran para siempre, aunque parecer ser que no fue así. Raimunda haría traer en cuantas ocasiones pudiera y con el mayor sigilo posible a su hija, a la que se puso el nombre supuesto de María Rosales. Fue durante una de las visitas secretas cuando la Marquesa hizo señalar a fuego en un hombro de su pequeña las iniciales ML (Marquesado de Linares) y en su espalda el escudo de la casa para que, con el correr de los tiempos, la niña, una vez hecha mujer, pudiera demostrar su parentesco y beneficiarse así de la herencia de una familia que no la quería.

Mama, mamá, yo no tengo mamá, constituye la desgarradora psicofonía en la que María Rosales recriminaría a su propia madre la actitud de ésta al permitir la dramática separación impuesta por la familia. Una familia que en otra psicofonía parece exigir la desaparición de la pequeña: Fuera, fuera>>. <
Esta horripilante versión la dió a conocer un anciano que reside en Valladolid, de nombre Isabelino Sánchez Rosales, que asegura ser el hijo de María Rosales y de un cartero de la provincia castellana que se quedó huérfano a una temprana edad. Según diversos documentos consultados, cuando doña Raimunda Osorio fallece, se comienza a realizar el oportuno inventario de los bienes del palacio, pero antes de que finalice muere el Marqués y a su muerte se abre un nuevo testamento ológrafo, realizado el 31 de diciembre de 1901.

En este último testamento el marqués José de Murga nombra como albaceas, entre otras personas, a su ahijada Raimunda Avecilla y Aguado, de quien hasta el momento sólo se sabe que era una mujer soltera y sin profesión, sin una clara vinculación a los Marqueses y cuyo nombramiento testamentario vierte más dudas y misterio aún en torno a la saga de los Linares.

Sobre los descendientes de Raimunda Avecilla y Aguado recae la confirmación de una muerte violenta. Esta mujer, se casó con Felipe Padierna de Villapadierna y Erice y de este matrimonio nacieron José María y María del Carmen que fue asesinada en el interior del palacio de Linares durante la Guerra Civil. Todo ello hace pensar que la inmensa fortuna del primer marqués de Linares no fue a parar a obras benéficas (como en un principio parece que iba a ser destinada), ni siquiera a la niña marcada que un hombre de Valladolid asegura que existió y de la que afirma ser su hijo, sino a una extraña mujer que curiosamente llevaba por nombre el de la propia esposa del marqués de Linares, Raimunda.

La mansión de los marqueses, arquitectónicamente un producto típico de la Regencia de María Cristina en el que intervienen innumerables artistas en su decoración, fue una residencia apenas visitada por los burgueses y aristócratas de la época. Es sabido que los marqueses de Linares, José de Murga y Reolid y Raimunda Osorio y Ortega, hicieron una recatada vida social, quizá para enfrentarse así, con una asumida indiferencia, a aquellos que censuraban su incestuosa relación o quizá simple y llanamente porque la concesión real del título de marquesado a un nuevo rico no fuera bien vista por los aristócratas de su tiempo, pero este último dato no parece corresponderse con la realidad.

La familia Murga, originaria del pueblo de Llantero, un pequeño lugar con Ayuntamiento en el Valle de Ayala de la provincia de Álava, había establecido desde antiguo lazos con la aristocrácia. Dicha familia tiene probada nobleza y está entroncada por diferentes matrimonios con las casas marquesales de Villar del Águila, Urquijo y con los condes de San Carlos. La vida aislada que mantienen los primeros marqueses de Linares en Madrid parece pues obedecer a la existencia de un episodio oscuro que les impidiera relacionarse habitualmente con otros miembros de la nobleza de su tiempo.

Una vez construido el suntuoso edificio, los madrileños de principios de siglo creían ya entonces en el fantasma del palacio. Cuentan que habitaba en la capilla, una lujosa habitación decorada con mosaicos y vidrieras con imágenes de los apóstoles que se encontraba en la planta noble del edificio.

Durante veintitrés años el palacio ha permanecido abandonado, incluso se llegó a especular con su desaparición. La existencia de una leyenda maldita ha hecho que la propiedad pasara por diversas manos sin que ninguno de sus nuevos dueños la mantuvieran por un largo espacio de tiempo ni mucho menos la habitaran. Después de la Guerra Civil el palacio de Linares fue alquilado a la Compañía Transmediterránea y en la década de los sesenta fue vendido a la Confederación de Cajas de Ahorros. Por entonces se rumoreó que se iba a derruir y en su lugar se erigiría una torre para albergar oficinas. Sin embargo, el palacio ha llegado a nuestros días tal y como lo dejaron los primeros marqueses de Linares a su muerte.

Otros propietarios de la impresionante mansión han sido la empresa Teseo, S.A., el empresario Emiliano Revilla y por último, el Ayuntamiento de Madrid, que decidió destinar el palacio para la creación de la Casa de América. El maleficio que parece recaer sobre todos y cada uno de los inquilinos de la noble residencia, tuvo en el industrial soriano Emiliano Revilla su más claro exponente y es por todos conocido, su secuestro se produjo al poco tiempo de haber adquirido el mueble.

Fuentes: Cuarto Mileno, El Pais, Wikipedia

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